Un buen monólogo es realmente un buen monólogo si cumple una serie de requisitos, imprescindibles para levantar el ánimo y la risa de los valientes espectadores.
En primer lugar, el tema sobre el que se articula el monólogo puede estar relacionado con cualquier asunto, únicamente es imprescindible que nos presente un punto de vista curioso, aparentemente inapreciable y un poco surrealista del objeto de análisis. Normalmente, cuanto más cotidiano es el tema sobre el que trata el monólogo, más divertido resulta porque el punto de vista que nos presenta nos sorprende mucho más que si fuese un tema desconocido. Así, temas tan cotidianos como las relaciones de pareja, la familia, los compañeros de trabajo o las citas con el médico ilustran los monólogos más divertidos.
El segundo aspecto básico para disfrutar de un buen monólogo es la redacción del mismo, porque si el autor tiene algo que decir es muy importante cómo lo diga. De nada sirven unos buenos chistes si no están correctamente redactados y articulados en un texto coherente, con sus puntos y sus comas.
El tercer punto fundamental para que un monólogo sea el mejor monólogo de cuantos hayas presenciado, es el artista que se sube al escenario, sólo con su micrófono, delante de todos los expectantes espectadores dispuestos a analizar todo lo analizable. Y eso es un monólogo, un análisis irónico y original sobre un tema en concreto. El ideal para que un monólogo sea brillante es aunar los tres puntos mencionados: un tema interesante, una buena elaboración del texto y un monologuista con mucha maña. Si además quien idea, escribe y narra el texto es la misma persona, el brillo del monólogo será deslumbrante. Y eso es lo que queremos que se te nuble la vista en elkuru.
Para que estos tres puntos, creación-redacción-narración confluyan en un monólogo excepcional, en nuestro restaurante temático contamos con los más interesantes monologuistas del país.
En boca de grandes profesionales del monólogo, una noche en elkuru se transforma en una original sesión de risoterapia donde los tres puntos básicos del monólogo serán el postre para una cena muy suculenta, para morirse de risa.